Las palabras que guardo
sílaba a
sílaba golpetean mi cabeza
susurran que
cualquiera está al mando
que todo y
todos me avergüenzan
que nada
existe más allá
de la jaula
del inmortal ahora
del
incesante cacareo de los móviles
de millones
de ojos catatónicos
atrofiados
por la vacuidad.