He puesto mi corazón en un
mortero y fui agregando cosas, un puñado de nueces, galletas de miel, unas
hojas de gingko, mucha canela y después de machacarlo con ganas, lo dejé
macerar en té verde. Entre bastidores, cuatro manos jugaban con el aire y dos
pares de ojos adormilados trataban de iluminarse en la oscuridad.
He vuelto, después de andar
arrastrando los bolsillos por las calles de arena. Han podado los árboles de mi
acera y de muy vegetal pasó a estar tan despojada que no sé cómo proteger esta papilla que traigo dentro de la
taza.
Tampoco sé en qué anda
metido su corazón. Nunca lo preguntaría, carezco de ciertas curiosidades.