Para narrar una historia de amor desgarradora, sólo hace falta acudir a la memoria. A quién no le ha tocado vivir uno de esos amores intensos, repentinos, volcánicos, en plan cinematográfico. Una abducción de amor y
deseo que nos margina de cualquier
realidad presente, para sumergirnos en un laberinto emocional. El otro,
el gran misterio, ese otro a quien no podemos dejar de mirar, de adorar, de
tocar, nuestro paraíso, nuestro planeta particular. Cenas a solas, desayunos
mágicos, peleas y reconciliaciones, todo es una sorpresa constante. De pronto
una se vuelve hermosa, sensual, divertida, extraordinaria. Hasta que un día todo
se acaba de esa forma sorpresiva e intensa, tal cual comenzó. A veces, esas
breves historias dejan simplemente una nada blanda, como una sonrisa de
compromiso que se va diluyendo con el paso de los días, otras veces se instalan
como un recuerdo intenso, una experiencia rotunda que se nos clava en el alma y
va mucho más allá de unos cuantos polvos sublimes. Y en algunos casos, esos amores son una agonía constante desde principio a fin.