Mi favorita es la siesta feliz, inducida por el gazpacho o el sexo, ni corta, ni larga, justa, una horita de sueño llano.
Otra, la de la playa, donde me tumbo bajo la sombrilla con el cuerpo mojado, y el sonido del mar, más el calor del aire y la arena, me van adormeciendo.
O la de invierno en el sofá, con una mantita ligera sobre los pies y el libro abierto sobre el pecho.
La indeseable es aquella en la que caigo por abatimiento.Tumbada por el agobio, entro en un sueño profundo y largo, una especie de muerte, desde donde me cuesta volver y cuando lo hago, siento a la muerte aún pegada en la garganta.
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