Aunque no está donde todos la buscan.
No en los barcos de señores poderosos que secan con combustible y basura la posidonia. No en los sitios glamurosos donde se pavonean los famosos y los séquitos de muñecos que les adoran. No en la noche donde pierden las neuronas los jóvenes y los que no lo son se juegan las pocas que aún conservan. Tampoco en las playas abarrotadas, ni en las tiendas donde una camiseta cuesta tanto como un diamante. Nada más que un conglomerado de vacío.
La abundancia de la isla está en las higueras rebosantes que invitan al caminante a comer hasta que los labios se hinchen, en los melones, los más sabrosos del mundo, que crecen amarillos al costado del camino, en las datileras y las yucas, que pintan de amarillo los campos, en las vides preñadas de oscuro. En los innumerables bosques que derrochan flora mediterránea. En los aromas de romero, enebro, dama de la noche. En la luz de la luna derramada sobre los pinos y la piedra. En los senderos que parece que no llevaran a ninguna parte cuando en realidad esconden el tesoro.
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