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3 feb 2020

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El año comenzó ventoso. En realidad, comenzó despertándome con los ruidos de la gente brindando a gritos y el estruendo de algunos petardos, me levanté para ir al baño,  bebí un sorbo de agua y volví a la cama. 2020, una resonancia extraña,  un fenómeno resonante que no se daba desde el 1010, es curioso, los números hablando otra vez, pero es que una conjugación numérica de esta índole recién se volverá a presentar en el 3030. Todo en el 2020 se anuncia como intenso,  así fue el mes de enero, que pasó como un torbellino devastador y a la vez con la lentitud de una tortura china (me rehúso a hablar de virus). El 2020 por momentos parecía decidido a transcurrir en un enero eterno. Hasta que por fin enero cedió el paso a febrero y hoy el número dos vuelve a imponerse en forma de espejo.
Me encuentro en un lugar del mundo donde el absurdo es el pan de cada día, convengamos en que este es un mundo absurdo, pero este sitio, lo es aún más. Un lugar habitado por millones de tontos que se creen más listos que el resto del universo, que viven en constantes disputas con el vecino, con políticos que ellos mismos votan, con los equipos de fútbol que ellos patrocinan. Aquí el deporte nacional es culpar, les encanta echar culpas. A pesar de caos en que todos viven inmersos parecen tener mucho tiempo libre para culpar. Las mujeres culpan de todo a los hombres, han impuesto la moda de reunirse para reconocerse víctimas de algo que seguramente le han hecho los hombres, los aniquilan con sus lenguas mientras ellas sanan los úteros, las trompas de Falopio, las uretras. Curiosamente, los hombres culpan a otros hombres de algo, pero aún no se les ha dado por rendir culto a sus nueces de Adán, aunque como están las cosas, no me extrañaría. Mañana todos me culparan a mí, por supuesto, por reírme de tanta gilipollez sectaria.


atavismo

Quién piensa en el amor si nos venden las guerras entre banderas entre sexos entre colores quién piensa en el abrazo tembloroso ...