Hace tres meses que no pego
un polvo, y todas estas chuchis paseando medio desnudas, las que se acercan son
demasiado estúpidas, tanto que aunque se mueran por meterme mano no son capaces
de concretar una cita fuera de mi horario y si hay algo que no puedo hacer es
enrollarme mientras miro el agua. Y a las buenas siempre pasa el pibe a
recogerlas cuando estoy yo por arrear la bandera. Ahí viene María con la
fiambrera, menos mal que está en su mundo, no se da cuenta de la rigidez entre los
miembros inferiores, aunque a esta todo le da igual, claro que a veces se da
cuenta de porqué cruzo las piernas, otras le toco el culo al pasar, ese culo
desanimado y le guiño el ojo, ella me sonríe, disponible siempre, y dice pásate
luego por casa y vemos una peli, lo dice a ver si cuela, luego de contar las
monedas y asegurarse de que están los
ocho euros del menú que me trae cada mediodía, yo sonrío presumiendo de
espléndido, dando a entender que como me sobran las pibas no tengo tiempo para
las vetes pero agradecido, ya habrá oportunidad seguramente algún día de
invierno despiadado, todo eso le dice mi sonrisa y ella se despide así, amigota.
Si al final las maduras lo tienen claro macho, nada de jueguecitos, directo al huerto, se regocijan mientras dura
y luego cuando uno se cansa no te reclaman nada porque ya aprendieron el asunto
ese de la dignidad, o por ahí lo que aprendieron es que si una picha se afloja hay que ir a por otra, ya
te digo.
Esto de llegar y que no haya
nada en la nevera tío, hace días que ceno una lata de atún y cuatro galletas.
Si me hubiera pasado por lo de María, estaría cenando como un rey algún plato
natural y equilibrado y de postre una mamada. Pero así soy de gilipollas, que
si luego pasa algún colega justo cuando estoy saliendo al curro por la mañana o
a las tantas, si no incluye invitación a
dormir. Mejor me duermo pronto a ver si mañana toca algún rescate.
Me desperté inquieto a pesar
del cansancio, creo que he soñado con el culo de María, aunque por momentos
María era mi madre. Joder, me olvidé de sacar la ropa de la lavadora, ahora
todos los bañadores oliendo a perro. Un
poco de té amargo, dos galletas y otro día de curro, atento a la marea. Y lo de
siempre, espaldas que se aplastan en la arena, desfile de tatuajes pies que se
mueven como peces en tierra y pies que se mueven con la naturalidad de peces en
el agua, ojos que miran el agua, ojos que dibujan una y mil veces las siluetas
bronceadas. Y el agua que llega invade piernas, brazos esterillas gafas, niños
que gritan y madres histéricas gritando que no se internen y mirándome como si
yo tuviera la culpa de que sus hijos se bañen, de que exista el verano y la playa,
de que ellas se hubieran casado con el primer gilipollas a tiro y hubieran
tenido hijos que no saben controlar.
O sea, me voy a tirar a
María.