Cuestiono las tendencias que se han impuesto a la masa, que aún sigue creyendo que elige, aunque a nadie le interese mi punto de vista, encuentro inconsistentes a las relaciones a través de Internet. No veo el sentido a que la gente entable un vínculo virtual que muchas veces se prolonga en el tiempo porque uno y otro se encuentran a cientos o miles de kilómetros de distancia, sin siquiera haberse mirado de verdad. Me parece descabellado eso de enrollarte con alguien que no sabes cómo huele, cómo miran sus ojos, si son brillantes u opacos, si hay gracia en su forma de andar, si hay poesía en sus gestos, si irradian calor sus manos al tocarlas.
¿Y dónde quedan los
encuentros fortuitos? Eso de salir a la calle y que la circunstancia más
absurda te enfrente con un rostro desconocido que te provoca entre otras cosas
un extraño hormigueo en el plexo.
Así es como los sentidos se
van adormeciendo hasta el día no tan lejano, en el que dará igual que el objeto
del deseo sea humano o robot.
Lo que sea les vale para saciar la
insatisfacción perpetua que implica no contactar con uno mismo.
La eterna búsqueda de un
tesoro que jamás se encontrará.