Deben ser pretextos, pero
ponerme a escribir en verano, más allá
de lo estrictamente laboral se me complica.
Así, mientras miraba ir y
venir las manos de aquellos que recogen de la
playa todo eso que nadie debería olvidarse de arrojar a las papeleras, he
decidido poner yo también manos a la obra y acceder a este blog.
Esta tarde ha venido a verme
Bruno, necesitaba un masaje y calor local, estaba más contracturado y guapo que
nunca. Me olvido del mundo cuando él se tumba en la camilla, para adueñarme de
su espalda y disfrutar, él también parece que disfruta aunque por momentos la
cara se le contraiga por el dolor, mis manos viajan desde la cintura hasta los
hombros, desde los hombros hasta los brazos, desde los brazos hasta los dedos,
aprietan sus músculos mientras le dicen que me encanta, rozan una y otra vez la
pequeña cicatriz que tiene en mitad de la escápula, me inclino sobre su cabeza
para estirar la nuca y al masajear el cráneo me inunda la fragancia de su
pelo, es un olor familiar, íntimo, mis células reaccionan a sus feromonas y
dejo que los dedos se pierdan entre la mata. Al darle la vuelta recorro con
gusto toda su cara, la frente, las orejas, la mandíbula. Antes de despedirnos
miramos un rato el mar, no hablamos, total para él soy sólo un par de extremidades superiores,
tal vez no esté enterado de que tengo orejas. Se marcha radiante, me quedo con
las manos tensas, pensando en el abrazo que jamás nos daremos y colmada.
Cualquier excusa es buena
para ser feliz.