Han vuelto los grillos. La sabiduría
de la naturaleza se derrama en los campos, en el silencio ya se escuchan los
deseos que alimentarán la hoguera de San Juan, los ritos de la verbena se
adivinan desde lejos, las cuevas de San José están rebosantes. La música se
mete en la vida de todos.
Das un paseo por el sendero
de piedras, miras el mar, una pareja de chicas haciendo manitas en el agua, te
giras, una pareja de chicos que pasan de la mano, a seguir andando por las
piedras, llegas al acantilado, una pareja hetero haciendo el amor en la arena,
uf, no sabes para donde tirar sin sentirte una voyeur.
Vuelves y te topas con los preparativos de una boda en
el hotel de al lado, gente que piensa que hay que gritar vivan los novios, qué
planeta raro este. Te duchas y bebes bastante agua, comes un poco de mozarela con
tomate. Sales al balcón y miras cómo los de la boda siguen emborrachándose, tanto
los unos como los otros se rozan furtivamente con la pareja de alguien más,
americanas y vestidos largos. Qué libertad la tuya, tan desnuda bajo esta minúscula camiseta, sin que nadie de ahí abajo
note lo bien que sientes la piel de la entrepierna, tan suave, tan recién
depilada. Si al final, la guinda del pastel eres tú. Mañana tendrías que limpiar los cristales.
Me ha encantado tu relato, muy sugerente, ilusionante y demuestra que el final tiene razón. La guinda eres tu.
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