Hace casi una semana que se ha caído Internet en esta aldea. Mi rutina no ha cambiado mucho. Cada amanecer espero que baje la marea para cruzar el río y llegar a mi rincón favorito, una playa pequeña y con un misterio que me tiene atrapada. Sólo que ahora debo hacerlo aún cuando la marea está alta. Porque curiosamente en ese rincón encantado, hay un perímetro donde el móvil coge señal. Entonces allá voy, aprovechando lo que me ofrece la vida. Mientras cruzo con los brazos y la bolsa en alto, con el agua llegando a mis rodillas en algunos tramos y a la cadera en otros, pienso que el mundo es, sin duda, más conciencia que materia. No sé si habrá mensajes por leer o escuchar, ni si esos supuestos mensajes tendrán la virtud de alegrar o acidificar mi día. No sé si a la vuelta podré cruzar a la primera o tendré que esperar el tiempo que decrete la marea. La incertidumbre es lo único que nos conecta con la existencia.
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