Los del botellón están por abandonar la tarima cuando suena tu
despertador, te despiertas recordando
Soy leyenda, los gritos de los zombis que no dejan dormir, haces los ejercicios, meditas (eres la
capitana de tu vida) y bajas a darte un baño, hace demasiado calor ya a las
nueve y media. Dejas el pareo sobre la piedra y ves ahí, tirado entre la arena y los arbustos, un bolso de chica abierto, las cosas asomando, un teléfono de alta gama, un
monedero con 80 euros, un tubo de vaselina y una bolsa con pastillas azules, lo
dejas al lado de tu pareo, te pones las gafas y entras, no hay medusas, las
gafas te aprietan la nariz mientras vuelves nadando mariposa. Sales del agua y
haces la revisión, hay un paquete de Marlboro, un mechero, chicles, una tarjeta
de crédito de Barclays a nombre de Helen Murray, otra bolsita con más pastillas
azules (en total 40) y tres papeletas con cocaína. Antes de subir a casa tiras
el bolso blanco del H&M, el tabaco y la tarjeta, los éxtasis y la coca es
mejor tirarlos al wáter. Llamas el ascensor pero cuando llega y entras en él, te arrepientes, sales y
subes por la escalera, a ver si se queda el ascensor en medio del trayecto y
Nico, el vecino solidario, ya se ha ido a trabajar, no lo resistirías. Te duchas
y sales a comprar: una crema para la cara, semillas de chía, bebida de arroz y
un batido natural y energético, llevas a liberar el smart phone y compras un
cargador. Esta noche los gritos agudos de Helen Murray no impregnarán el
botellón.
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12 jul 2013
2 jul 2013
julio
Es
la hora del jazz, desde el hotel de enfrente llega la voz urbana y sinuosa de
la cantante entrelazada con los acordes de un piano discreto, como si al
pianista le avergonzara intentar suplir el espectáculo que acaba de dar el sol
antes de que el mar lo ingiriera, es la hora de la cena para los latinos y de
la segunda copa para los sajones, la hora en que los ojos me pesan y me digo
que tendría que escribir algo, lo que sea, antes de apagar el ordenador, cuando
un regusto amargo de las cosas que no he contado y van perdiéndose en la
blandura de la memoria, me dice que ya han pasado los días de derrochar el
tiempo. Los lánguidos aplausos enmarcan lo anodino de esas veladas hoteleras, de
pronto suena una bossa nova y todo parece acomodarse, las caras tostadas se
vuelven más expresivas, la gente que anda por el paseo ríe a carcajadas, los
rojos del horizonte se vuelven más intensos a medida que la noche se instala.
Algunos turistas felices se mecen, aún dentro del agua, con la tranquilidad de
quien sabe disfrutar.
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