Vivir sola tiene incontables
ventajas, sobre todo la seguridad de que de buena mañana nadie te hará el
menor reclamo por nada. Nada, es nada. Pues hoy fue diferente. Hace un tiempo había
acordado algo con una amiga (por decirlo de alguna manera) y ayer he tenido que
cancelar el trato, surgieron cosas que me impiden cumplirlo, algo que si bien
es para no sentirse feliz, tampoco es para crucificarme, aunque al parecer su
percepción de las cosas y la mía son muy dispares. No habían dado las nueve cuando
me vi envuelta en todas las recriminaciones posibles, un aluvión telefónico de reproches
variopintos, culpas, llantos. Feo, convengamos en que no es la mejor forma de
continuar un día, que había empezado maravilloso como siempre, con la rutina de
ejercicios y un bañito en el mar.
Salí andando para sacudirme
los sermones, me metí en la pelu a pedir una hora para alguno de estos días
mientras la luna siga creciente, pero como no había nadie y jamás voy por ahí,
me invitaron a quedarme. Me gustó estar sentada un rato con los ojos cerrados,
concentrada en montañas lejanas, hasta que llamó el vecino de la planta baja
para contarme que alguien había arrollado mi moto y la había dejado
despanchurrada en medio de la calle, estaba bastante golpeada y olía a
gasolina, él la puso en su sitio. Por suerte, mi vecino. Me da igual la moto,
estás cosas ocurren cuando desayunas reproches, qué va a preocuparme eso, si
aún tengo el corazón en jirones, ahogado en té, canela y Simply Red.
Había quedado con Elizabeth
a mediodía para hacer la clase de noruego en Ritas Cantina. De noruego, hoy no
aprendí una palabra, pero bebimos vino y nos reímos como sólo lo hago cuando
voy a aquel pueblo de calles de arena, nos despedimos casi tambaleándonos y le
prometí ir mañana a su casa a espantar a un fantasma que deja un halo frío a su
paso. ¿Por qué Elizabeth y yo seremos tan ermitañas y no saldremos nunca a
divertirnos? Por suerte, Ritas Cantina
Por la tarde, mientras
estaba trabajando, mi móvil dejó de funcionar, joder, amado universo, tuve que
correr a la tienda Orange porque no pude abrirlo. Al volver me crucé con otro vecino de la planta baja que venía sobre patines y estuvo a punto de aplastarme, mientras me
acomodaba la ropa que casi pierdo en la embestida, le agradecí que no me haya
roto la cadera.
Por suerte, la noche.
Por suerte, la noche.
Liiiindo!!!
ResponderEliminaré verdade.. adorei teu texto, bem interessante! Abraços
ResponderEliminarLecy'ns
Joder!
ResponderEliminarPor suerte, tú.
Vives para vivir. Eso está bien. Otros vivimos en manadas y aprendimos a gustar de los almuerzos en patotas, saboreando cada plato de comida, y saber allí que ha nacido otro bebé que no conoces o que la Kiki, nuestra perrita, no acepta los amoríos de ningún perro que le han presentado. Así vas a la cama por la noche cuando ya no hay tiempo ni para soñar.
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