He puesto mi corazón en un
mortero y fui agregando cosas, un puñado de nueces, galletas de miel, unas
hojas de gingko, mucha canela y después de machacarlo con ganas, lo dejé
macerar en té verde. Entre bastidores, cuatro manos jugaban con el aire y dos
pares de ojos adormilados trataban de iluminarse en la oscuridad.
He vuelto, después de andar
arrastrando los bolsillos por las calles de arena. Han podado los árboles de mi
acera y de muy vegetal pasó a estar tan despojada que no sé cómo proteger esta papilla que traigo dentro de la
taza.
Tampoco sé en qué anda
metido su corazón. Nunca lo preguntaría, carezco de ciertas curiosidades.
Me gusta la imagen (muy poética) de meter el corazón en el mortero... Lo que no sé es qué tal se sentirá...
ResponderEliminarYo de las curiosidades que mencionás nunca carezco.
Un beso
Creo que haces lo correcto: hay que dejar que el otro vaya y vuelva sin sentirse presionado, sino atraído.
ResponderEliminarUn beso.
Te diré donde está el mío: perdido en un desierto, donde sopla y gime un viento negro, obsceno, brutal, que hace crujir las cuadernas del alma, mientras la cumbres de la locura se cubren de relámpagos oscuros.
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