Ayer ha llovido toda la
tarde, a ultima hora se desató un viento fuerte y las olas se hicieron enormes,
me he puesto a mirar pelis en el ordenador, vi una de tsunami para concordar. Antes de
medianoche me preparé para dormir, pero cada vez que cerraba los ojos veía
delfines, al principio los movimientos ondulantes de los cetáceos me iban guiando hacia un sueño mullido, pero luego
comenzaban a hacer piruetas y a chillar y me desvelaban. A la una me levanté,
me preparé un porridge que resultó incomible y leí un rato para que viniera el
sueño, cuando apagué la luz, otra vez aparecieron los delfines. Puse otra peli, sobre
premoniciones, estaba bien pero iba a ritmo muy lento, cuando miré el reloj eran
las cuatro. Jamás tengo insomnio, me resistí a tomar lo que sea, cuando volví
ver delfines me levanté, el viento azotaba todo lo que hay en el balcón y abrió
el armario donde guardo los trastos. Miré hacia el faro por si lo de los
delfines fuera un mensaje, suelen mandar mensajes telepáticos, aunque es raro que aparezcan por estas aguas y menos en invierno. Volví a la cama. A las cinco empecé a tener frío y
a preguntarme qué hacíamos tantos millones de individuos malviviendo en este planeta y
creyendo en el destino.
Como no era un tema propicio para el momento, con intención de alejarlo me levanté
a escribir un relato donde en una noche de calor, durmiendo en casa de una
amiga, me despertaba debido al bochorno y al olor a tabaco que subía desde la
planta baja. Bajaba a la cocina y salía a la terraza, allí estaba Andrés, el hijo mi amiga, fumando, medio desnudo e insomne, un hombre de más de treinta años a
quien no veía desde que tenía diez. No bebíamos nada, nos mirábamos y nos
enrollábamos, él lo había dejado con su novia y yo andaba un poco ansiosa. No
llegamos a acostarnos, creo que percibí en su lengua cierto gusto a duda mezclado con sueño.
Finalmente a las seis me
dormí renegando de mi pacatería ficticia. Esta mañana al levantarme aún llovía
y había viento, pero también brillaba el sol. Hice mis respiraciones y vi desplegarse frente a la ventana tres olas oscuras, que
en seguida se transformaron en los saltos sincronizados de tres delfines, nadando con ellos había
un grupo de surfistas. Esto no suele pasar en invierno. Aquí estoy, tratando de captar el sentido de todo, buscando los caracteres delfínicos que habitan en nuestra especie y preguntándome si el cuento habrá sido provocado por los cetáceos, que al igual que los humanos, también practican el sexo recreativo.
Gracias a todos mis amigos!!
ResponderEliminarPor esos errores de blogger no aparecen vuestros últimos comentarios, pero he podido leerlos en el escritorio, a ver, espero que lo que se ha desactivado vuelva a activarse.
Un abrazo!
Siii, ojalá se recuperen. Espero ansiosa que vuelvas a escribir sobre ellos.
ResponderEliminarBeso grande!